sábado, 6 de junio de 2009

ELISABETH VIGÉE-LEBRUN. AUTORRETRATO, 1782.

Pero, pese a los obstáculos ya señalados, hubo mujeres pintoras. Durante mucho tiempo, poco o nada conocidas, porque las historias del arte -¡mire usted por dónde!- también eran escritas por hombres. Hoy nos vamos a detener en un exquisito autorretrato realizado por la pintora francesa Élisabeth Vigée-Lebrun, hija de pintor, y de dotes tan excepcionales, que llegó a ingresar en la Real Academia de Pintura y Escultura, hecho excepcional en la época. Su especialidad fueron los retratos y esta es la razón de que la Reina María Antonieta la reclamara como pintora, hecho que le obligó a exiliarse durante la revolución Francesa, pues llegó a temer seriamente por su vida. La obra fue pintada en Bruselas en 1782 y muestra su admiración por la pintura flamenca, concretamente por una obra de Rubens titulada "El sombrero de Paja", de hacia 1625. Para empezar habría que detenerse en el sombrero de paja, adornado con una pluma de avestruz y coronado de florecillas silvestres, poniendo de manifiesto unas dotes para la naturaleza muerta fuera de lo común. Pero sobre todo, la belleza y el porte elegante y distinguido de la modelo que con su mano izquierda sostiene con orgullo paleta y pinceles, sin duda toda una declaración de principios de su autoestima como pintora. Sin embargo, desde el punto de vista de los elementos plásticos lo más valioso del cuadro -al menos en opinión de la pintora-es el contraste lumínico que supo establecer entre el rostro en velada sombra por la proyección del sombrero, y la directa caricia de la luz sobre su pecho que, dicho sea de paso, no nos ahorra un discreto pero intencionado décolletage.