martes, 3 de noviembre de 2009

CHRISTIAN SCHAD.SONIA, 1928

Tras la Gran Guerra (1914-1918), los que defendían la modernidad, comenzaron a darse cuenta de que estaban obligados a reparar en los deseos y símbolos de libertad e individualidad de las mujeres. Éstas empezaron a fumar en público y a frecuentar solas bares y otros lugares de diversión. Se generalizó el empleo del maquillaje facial y de lápices de labios; las faldas se acortaron hasta las rodillas; la ropa interior se simplificó y estilizó; los trajes de baño se redujeron de forma notable; en suma, el cuerpo pasó a ser objeto de atención especial para mantenerlo bello y esbelto. Médicos, higienistas, sexólogos y divulgadores científicos -también pornógrafos- descubrieron la sexualidad femenina. Ésto significaba que el erotismo activo de las mujeres, las relaciones pre y extramatrimoniales, y el logro del orgasmo en la práctica sexual conocieron una curva ascendente, porque se pensaba que tal expresión era una fuente de vida y que el deseo sexual femenino existía para ser explorado y satisfecho.
En Inglaterra, la joven liberada se encarnaba en la flapper o chica a la moda, asidua a los bailes y entusiasta de las faldas cortas. Y en Francia la garçconne o mujer libre -pero en, otra acepción "virago"o "marimacho"-, que destacaba sobre todo por su cabello corto y por la simplificación de la vestimenta . Ella venía a ser la suprema encarnación de la mujer moderna y liberada que deseaba conquistar su independencia económica, llevar la libertad sexual y moral hasta el extremo de la bisexualidad, antes de fundar con su "compañero" una unión estable y duradera. Así pues, la conciencia de su individualidad -"sólo me pertenezco a mí misma"- se encarnaba en un atributo físico simbólico: el pelo corto.
Estos deseos de vivir fueron particularmente intensos en la Alemania de la República de Weimar (1919-1933), donde, pese a la crisis económica, el paro y la inflación, se dio una época de una extraordinaria libertad creativa y de una desaforada búsqueda del placer, como si el país quisiera resarcirse de los sufrimientos padecidos durante la contienda, lo que vino a plasmarse en una extraordinaria libertad y fluidez en las relaciones entre los sexos. En ese ambiente surge un movimiento artístico conocido como la "Nueva Objetividad", al que pertenece Christian Schad (1894-1982), el autor de nuestra obra de hoy. Sus retratos, sobre todo, son obras de una factura brillante, en la que los personajes, contemplados con mirada sobria y sin pasión, se representan como objetos revestidos con una frialdad y un distanciamiento que sobrecogen.
Pero la verdad es que no sabemos mucho sobre el personaje retratado, Sonia, excepto que ,probablemente, se trataba de una secretaria que fumaba Camels (en boquilla, el colmo de la elegancia para la época), y se sentaba en una café a la moda, sin acompañante, lo que en otro momento hubiera sido considerado un atrevimiento impensable, o, más probablemente, señal indudable de mujer de vida equívoca. Por lo demás, los signos de la modernidad son evidentes aparte de los ya mencionados: abundante maquillaje y cierta aspecto andrógino subrayado no sólo por un rostro demasiado anguloso y la ausencia de pecho, sino también por el inevitable peinado a lo garçonne. Y aunque el aire de frialdad decadente del cuadro parece indudable, algunos comentaristas parecen ir demasiado lejos cuando afirman que se trata de un icono de la degeneración moral de la Alemania de posguerra.